viernes, 12 de abril de 2013
Mi momento más difícil (pero del que pude salir)
Me pasa que por estos días, ando mirando mucho para atrás... será que la llegada de un nuevo hijo siempre te obliga a mirar hacia adelante, y no creo que haya forma de poder hacerlo si una no no observa un poco el polvo que va quedando en el camino...
Estaba por postear otra cosa, pero como este blog es también una especie de diario de mis emociones (cómo verán, casi siempre estoy "pum para arriba!" jeje), decidí serle fiel a eso y contarles cómo fué la etapa personal más difícil que viví...
Hace unos ocho años, más o menos, me encontraba en mitad de los veinte, recibiéndome de profesora de inglés, trabajando muchísimas horas (porque parece que eso es lo que hay que hacer cuando una pasa a ser "adulta"), comenzando mi convivencia con Mariano y mirando con cierta distancia mi hogar materno por primera vez en mi vida. Ah, en ese momento no había lugar para un hobby o alguna actividad relacionada con un desarrollo creativo o simplemente placentero. Y pasó que una noche, inadvertidamente, sentí que no podía respirar. Así de simple, me estaba asfixiando, en otras palabras... sentí que me estaba muriendo. Mariano no sabía cómo ayudarme y yo no sabía qué me pasaba: y justo cuando estábamos por llamar al servicio de emergencias, pasó. Como si nada, pero fueron veinte minutos desesperantes. Dos noches después, pasó lo mismo y se empezó a volver una rutina de diez minutos agonizantes varias noches en esa semana. Entonces fui al médico, segura de que algo estaba fallando en mis pulmones o que estaba teniendo alguna disfunción cardíaca. Por primera vez en esta historia, tuve la suerte de encontrar un médico clínico que leyó mis síntomas más allá de mi relato y me mandó a hacer un chequeo general, de todo, todito, todo: Si había algo, no había manera de no encontrarlo entre tantos estudios: así que ese mes, me lo pasé entre laboratorios, placas, ecografías y no recuerdo cuánto aparato más que te chusmea por dentro, y ahí lo encontramos! Volví a ver al médico con todos los resultados, se tomó el tiempo para mirar cada estudio y con mucha paz los desplegó frente a mi en su escritorio como abriendo un abanico y me dijo: "Gaby, no tenés nada físico. Estás 100 % sana. No te asustes por la palabra que voy a usar, pero quiero que veas a un psiquiatra porque creo que estás teniendo ataques de pánico" y a continuación, me recetó Alplax, un tranquilizante para que estuviera más relajada hasta que tuviera esa consulta. Salí de la clínica con ganas de llorar: "Yo, ver a un psiquiatra? Me estaba volviendo loca y nadie me avisó?" Después de mucho pensar, me di cuenta de la fuerza que tienen las palabras en nuestra vida, y que al fin y al cabo un psiquiatra es otro médico al que una recurre para sentirse mejor. A ciegas, pedí un turno con una psiquiatra, cualquiera... no tenía idea de a quién buscar ni a quién pedirle referencias... además reconozco que me daba verguenza decirle a alguien lo que me estaba pasando. Y, por seunda vez, la suerte estuvo de mi lado, porque tuve una entrevista con la mujer más amable, más simpática y graciosa que jamás hubiera esperado. Charlamos en su consultorio más de una hora, y en un momento se sentía como una charla entre dos chicas que se encontraron a tomar algo y pegaron mucha onda. Pensé que si todos los psiquiatras fueran así, uno no le temería tanto a esa palabra y me arrepiento tanto de no haber agendado su nombre! Porque fue la única vez que la vi, y desearía poder recomendarla a quien la necesite o por qué no, si alguna vez yo la vuelvo a necesitar... pero fue una charla sobre la vida tan natural que me olvidé de su nombre y cuando ya terminábamos, me dijo: "No tomes más el tranquilizante que te dió tu médico, vos sos carne de terapia! No necesitás pastillas, necesitás análisis. Te voy a explicar algo: los ataques de pánico son muy tratables, pero si una se deja estar, fácilmente se convierten en fobias, y ese es un problema mucho más complejo.Te voy a recomendar un par de personas con las que creo que vas a andar muy bien" Y así de simple (o parecía así en ese momento), hice mis llamados nuevamente. Y, de nuevo, la suerte golpeó a mi puerta, porque la primer psicóloga que respondió a mi llamado, fue la que elegí y la que me acompañó por años en mi proceso de recuperación. Empezar terapia no es fácil, y más cuando vas llegando por descarte, cuando negaba tanto lo que pasaba que creía que tenía un problema físico... comencé a trabajar con Mariana dos veces por semana, porque sin las pastillas, los ataques eran intensos: a veces hasta tenía convulsiones... ahora que lo recuerdo, el apoyo de Mariano me parece más gigante que en ese momento. De a poco fuí aprendiendo a anticipar las momentos previos a un episodio, a trabajar mi respiración, a tomar un vaso de agua lentamente, y sobre todo, a concentrarme en que esos diez o quince minutos (de verdad, los ataques de pánico no duran más que eso) iban a pasar y no, no me iba a morir. Y mientras en terapia abría puertas que realmente no queria abrir, las sesiones se iban haciendo más dolorosas y difíciles y los ataques seguían ahí. Entendí que todo esto, era algo con lo que iba a tener que aprender a convivir... y cuando me entregué a hacer un trabajo introspectivo profundo, un día me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no sentía ahogos: claro, llegar con los ojos hinchados después de cada sesión de terapia tenía su precio y era este: cierta paz. No fue un camino fácil, fueron cinco años donde puse sobre la mesa todas las zonas oscuras que me hacían daño, sólo para verlas a la luz del día, conocerlas bien, llamarlas por su nombre y acomodarlas en el lugar correcto. Ahí, me sentí completamente liberada para ser yo misma, para recuperar esa alegría que siento que me define, esa mirada sobre la vida con ganas de que pasen cosas buenas y hacer que sucedan, finalmente. Y así, llegó el alta de mi médica con las puertas abiertas para cuando la necesitara. En ese tiempo estudié teatro y sobre todo, fotografía. Empecé a escribir en este blog... pude crear espacios que me hacen felíz y sobre todo, compartirlos. Pasaron varios años desde entonces y siento que adquirí herramientas durante todo ese proceso, herramientas para nombrar y ordenar mis sentimientos y emociones, pero también para seguir siempre alerta: hace unos meses, inesperadamente, tuve un ataque de pánico y como venía tan relajada, no pude verlo venir; cuando pasó, supe bien lo que era y que mi cuerpo me estaba dando esas señales que yo ya bien conocía. Y con calma, recurrí a esas herramientas para hacer stop, mirar para atrás y no caer en los errores y malos hábitos del pasado. Entendí que a la salud, ya sea física o mental, nunca tenemos que darla por sentado. Y así, atenta, me siento mejor de nuevo.
Bueno, sentí ganas de contar esto porque en su momento, para mí, un ataque de pánico era algo de lo que no se hablaba mucho y no se sabía bien que era... más que tener la sensación de que estabas enloqueciendo! buuu... creo que la clave siempre, siempre es querer estar mejor, y pedir ayuda para eso: este proceso me hizo sentir muy sola, porque claro, no hay otra forma de afrontar el propio dolor, pero salí tan fortalecida, con una visión tan clara de lo que yo quería para mi, que mi vida cambió completamente: me hizo mejor persona, mejor profesional, mejor amiga, compañera de mi esposo y también fue lo que permitió ser madre, que pulió y sigue puliendo todo lo demás. Y si yo pude, y puedo y sigo manteniendo mi eje, entonces cualquiera puede: Yo no soy especial, simplemente trabajé muchísimo y deseé aún más estar bien, lograr ser quien quiero ser. Todos podemos!
Me puse en modo muy "autoayuda"? jaja perdón, mi intención es sólo contar esto para que otros no se sientan solos... después de todo es viernes y qué mejor sensación que esa para buscar estar mejor?
Que tengan un finde adorable!
Fotos: Mariano Nesi (y un turista amable que compartió esa canoa con nosotros en Costa Rica!)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario